30 de junio de 2009

CUENTOS-INTERCESIÓN. Hugo Wenceslao Amable

Se referían historias aterradoras, situaciones de peligro mortal, en las cuales historias y en las cuales situaciones, la existencia de un amuleto, un payé, o la intervención del Gauchito Gil, la Difunta Correa, San Cono o San La Muerte libraban al personaje de una desgracia irreparable.
Fue entonces cuando Gerundio cabeceó meditativo, y dijo en tono solemne:
—San La Muerte...Yo me salvé porque le llevaba cosido por mi
camisa. Eso sí, gané quebradura en mi brazo. -Y mostraba el hueso
que sobresalía por encima del codo. -
Contó cómo viajaba una tarde, allá por los años 60 ó 61, en el techo del colectivo.
Adentro no había más lugar, y el colectivero, viendo cómo estaba de malo el tiempo, le había permitido hacerlo.
—Por tu cuenta y riesgo, chamigo —le había dicho-. ¡Mirá que la cosa ta fiera allá arriba!
Apenas trepó, vio el ataúd de plano entre bultos y fardos que impedían su desplazamiento. No le hizo gracia, es cierto, pero tampoco le causó temor. ¡Qué va! Él no era miedoso.
Había comenzado a llover. Se acomodó lo mejor que pudo sobre la superficie combada del techo, y acurrucándose de lado, se cubrió hasta la cabeza con su propio saco, viejo y descolorido.
Anduvieron un buen trecho.
Poco a poco, la lluvia se fue aplacando. De pronto oyó un ruido extraño, como si la tapa del ataúd se moviera. Alzó la cabeza, para ver. Y entonces...
La versión de la otra parte, refiere lo siguiente:

Un hombre llamado Atenor regresaba aquella tarde de su trabajo. Como había comenzado a llover, resolvió esperar el colectivo bajo un
árbol.
Venía completo. El conductor le propuso viajar en el techo, por no dejarlo en el camino. Eso, si él se animaba a hacerlo entre bultos, trastos y un "cajoncito" que llevaba de encargo.
Aceptó. No era aprensivo. Subió, miró a un lado y otro, y cayó en la cuenta de que el lugar más cómodo era dentro del cajón. Se introdujo y calzó la tapa, tanto para que no se fuera a caer, cuanto para protegerse de la lluvia. El traqueteo del vehículo, las patinadas en el barro que empezaba a formarse y, sobretodo, su cansancio, le produjeron sopor. Se adormiló.
Un barquinazo brusco lo sacó del sueño. Atenor movió la tapa (se sentía sofocado), y asomó una mano buscando afirmarse para salir.
Apenas incorporado, alcanzó a ver que una persona se dejaba caer del coche en movimiento. Sólo supo decir que llevaba un saco descolorido...