1 de julio de 2009

CUENTOS-Subirse al texto. Tununa Mercado

El libro bueno es el que nos deja subir a él y nos lleva, pero el libro mejor es el que nos deja tomar sus comandos y asumir los riesgos de su marcha. En su interior se está cómodo, aun con las reticencias que él puede oponer a que nos hagamos cargo de su ajenidad en el momento de la lectura. Es por eso que es mejor andar en esos libros que no lo dicen todo, sólo así se siente cómo se resisten al cortejo, cómo eluden entregarse a cualquier tipo de dominio o de competencia lectora, sabiendo no obstante, que sólo les garantiza un acercamiento más completo quien ya sabe leer. Entrar en ese lugar extraño, en efecto, exige cierto entrenamiento, pero el saber que se transporta no debe pesar, hay que ir ligero de equipaje, estar tan enterado como dispuesto a vestirse de inocencia, equilibrio difícil que concilia la primera con la cuarta, el pedal con el volante, la velocidad con el freno, para usar términos vehiculares. Podría elegirse, por ejemplo, una disposición atenta, obsesionada por los detalles y excedida por el pedido de retención de la filigrana de lo escrito, o, casi por el contrario, una atención difusa, que atiende más al punto lábil que a la incisión expresa. El vehículo va por tierra o por aire, en su avance la correlación entre el mismo, su decir y su escribir, y quien transitoriamente lo posee, será siempre irrepetible. Aun cuando se creyera que leyendo de nuevo se podría rectificar una impresión o retomar un ritmo, no se puede volver atrás para reproducirlo tal cual pues lo que sucede a partir de cualquier punto será siempre diferente. El vértigo se produce cuando lo que está escrito revela en una primera instancia lo ya visto, escrito o leído; los comandos vuelven sobre sí mismo y la refracción de algo que se reconoce como vagamente propio enciende una luz de alerta, y no puede dejar de decirse, aun a riesgo de dejar entrar la subjetividad en esta descripción, se establece una zona franca, y el trueque redunda en una suerte de resto de significación que no por ser resto es menos rico. Un resto pero quizás más un embrión de sentido, porque una vez que el vehículo abandona a su huésped, éste sale cargado -exagerando las tintas: transido-, y, más aún, preñado de o por ese artefacto que manejaba. Habrá que esperar unas horas o escasos días, para que esa pregnancia comience a despedir significación, para nombrar de algún modo esa energía acumulada y procesada en la marcha vehicular. Y ése será quizás el momento de la "critica": convocar la travesía, reconstruir sus hitos y, como quien asiera en una mano el giro de un círculo en el espacio, redondear la clave del avance.