LA VOZ DEL NARRADOR
El ritmo de la voz del narrador
tiene mucho que ver con el estilo del escritor, pero también en buena medida
con la historia que nos cuenta, y con la habilidad para evitar la monotonía o
la dispersión. En conjunto, los relatos son como una sinfonía, con un ritmo de
fondo y variaciones que se van desarrollando en consonancia con el contenido.
Son técnicas que el escritor usará, en general, de forma intuitiva, pero que a
la hora de revisar habrá de tener en cuenta.
EJEMPLO (Una persecución)
EJEMPLO (Una persecución)
Ponte
en esta situación: vas por la calle
una noche, alguien sale de una bocacalle y se pone a perseguirte, tú echas a correr. Se produce una persecución.
Narra esa escena A continuación, fíjate en el ritmo del discurso. ¿Qué
longitud tienen las frases? ¿Cambiaría el ritmo si fueran más cortas o más
largas? ¿Cómo crees que se podría mejorar el
ritmo de la historia?
El narrador de una historia es alguien del que muchas veces sólo conocemos la voz. No sabemos cómo va vestido ni qué hace en sus ratos de ocio, sino únicamente qué nos dice. Y hablo de voz (igual que antes he hablado de discurso) porque el lenguaje escrito, como ya dije, tiene mucho de oralidad transformada.
El narrador de una historia es alguien del que muchas veces sólo conocemos la voz. No sabemos cómo va vestido ni qué hace en sus ratos de ocio, sino únicamente qué nos dice. Y hablo de voz (igual que antes he hablado de discurso) porque el lenguaje escrito, como ya dije, tiene mucho de oralidad transformada.
Todavía, después de tantísimos
siglos, la literatura conserva rasgos de su origen hablado, de las historias
contadas alrededor de una hoguera o en la plaza del pueblo, y también del
teatro. Así que al lector, cuando lee una novela, le parece estar escuchando un
rumor muy característico que le va contando al oído sucesos fascinantes, y a
través del cual tiene acceso, con ayuda de su imaginación, al mundo ficticio.
Para que esto ocurra, la voz del narrador ha de pasar inadvertida en lo posible
(sobre todo cuando lo que se escribe es una novela), porque si continuamente
llama la atención sobre sí misma, el lector se distraerá de la historia que le
están contando y fijará su atención en las modulaciones atípicas de la voz,
perdiendo el hilo de la narración propiamente dicha. No hay que olvidar que el
objetivo del escritor, y por tanto del narrador, es que la historia y los
personajes cobren vida en la imaginación del que lee, y eso es imposible si el
narrador está gritando «¡Aquí estoy yo!», en una exhibición continua de sus
cuerdas vocales. De igual modo, tampoco es conveniente usar una voz monocorde y
soporífera que, aunque no se señale a si misma, tampoco apunte a los hechos que
está narrando ni se implique en ellos.
En definitiva, para que la voz
del narrador pase inadvertida sin resultar tediosa se tiene que dar una especie
de simbiosis entre estay los hechos narrados, de modo que acoplada la una a los
otros, formen una misma cosa.
Es importantísimo, pues, modular
bien la voz del narrador y aprovechar todos los recursos que nos ofrece. Esa
modulación va a depender de muchas cosas, como cuál es la historia que se está
contando, si el narrador es a la vez uno de los personajes de la historia o
alguien ajeno a ella, el bagaje cultural del autor, etc.; así que tendríamos
tantos tipos de voces y combinaciones posibles de sus características como
historias en el mundo.
Vamos a ver tres de los recursos
de que dispone la voz del narrador y que, usados en su justa medida, pueden
darle una modulación adecuada: el tono, el volumen y la expresividad.
Tono
Igual que en la vida diaria el
tono que utiliza una persona para hablar a su interlocutor da un significado u
otro a lo que dice, también el tono deí narrador aportará parte del sentido a
la historia.
El tono puede ser más grave o más
agudo. Cuanto más grave sea, tanto más serio y profundo sonará lo narrado,
mientras que la subida de los agudos imprimirá notas ascendentes de desenfado
al texto. Dependiendo del suceso concreto que se esté contando, el tono puede
variar dentro de un mismo texto: no es lo mismo narrar un suicidio que una
charla distendida entre amigos. Sin embargo, hay que tener cuidado con estas
variaciones, ya que si son muy exageradas o repentinas, dará la impresión de
que la voz del narrador ha cambiado, y que es otra persona —otra voz—, de
pronto, la que nos había.
El tono del narrador influirá
tanto en la percepción de la historia como en la de los personajes, y a la vez
se verá influido por ellos. Para ejemplificarlo, vamos a detenernos en nuestras
tres obras modelo,
Volumen
Regular el volumen de la voz del
narrador es otra cuestión importante. En principio, a nadie le gusta que le
griten. Valga como norma, pues, que la voz del narrador debe permanecer en un
volumen medio: ni muy alta, ni muy baja. Sin embargo, como todos los recursos
que estamos viendo, su modulación aportará a la historia matices significativos,
con lo cual el narrador podrá alzar o bajar la voz cuando la historia lo
justifique. Pero sólo en esas ocasiones.
Pongamos un ejemplo de voz
injustificadamente chillona:
Así yo veía en aquellos días como
motivo absoluto de una estrofa las adelfas cargadas de suicidios en los parques
abochornados por la sombra soberbia de los rascacielos, la venustidad
extravagantemente erótica de los escaparates, las barandillas de oxidado metal
ennegrecido de las escaleras de emergencia de aquellos viejos edificios del
Bronx. (¡Qué bella decadencia en sus paredes delineadas como murales vivientes
por las manchas de humedad y por los fanáticos grafitis!). Como se puede ver,
no sólo con exclamaciones se puede alzar la voz, sino también por medio de la
combinación de sustantivos y adjetivos. En este caso, lo que se nos está
contando no merece gritos, así que se le agradecería al narrador que bajara el
volumen.
Por otra parte, si el volumen
permanece muy alto a lo largo de todo el discurso, el narrador no podrá subirlo
cuando realmente se necesite, es decir, en las escenas de verdadera relevancia
que requieran un grito de aviso al lector («¡Cuidado! El perro está suelto»).
Asimismo, el narrador puede bajar el volumen en aquellas partes —siempre
necesarias en una novela— de puro trámite que no precisen una atención especial
del lector; por ejemplo, mientras el protagonista baja las escaleras, sale a la
calle y toma un taxi para dirigirse a una comida a la que está invitado, y en
la que sí sucederán cosas dignas de una subida del volumen.
Expresividad
Otro recurso que va a permitir
ajustar ¡a voz del narrador va a ser la expresividad, que implicará la
proximidad afectiva y el grado de adecuación del narrador con respecto a los
personajes. En este sentido, la voz del narrador podrá ser cálida o fría, anhelante,
acariciadora, tierna, distante, amenazadora o permisiva, despreciativa...
Igual que ocurre con el tono o el volumen, la expresividad de la voz del narrador va a aportar, combinada con el
contenido de la historia, diversos visos de sentido a los personajes y, por
tanto, influirá en la aproximación del lector hacia ellos. La policromía y la
rica plasticidad que adquiere un texto por medio de este recurso bien utilizado
es algo que muchos novelistas, encerrados en una neutralidad expresiva carente
de matices, deberían tener en cuenta.
Tono, volumen y expresividad:
tres herramientas muy útiles para modular la voz del narrador, cuyo dominio
llevará a una perfecta adaptación del discurso a su contenido.
La empatía
Si en general resulta dificultoso
explicar con claridad y concreción cualquier idea abstracta, aún más peliagudo
es expresar las sensaciones, emociones y sentimientos. En la vida real tendemos
a confundir estos elementos y, por tanto, también en la escritura. Además de la
dificultad que existe en aislarlos, tampoco es fácil expresarlos con palabras.
Y sin embargo es algo que está a la orden del día: constantemente estamos
recibiendo impulsos de los sentidos, y sintiéndonos alegres o tristes, queridos
u odiados. ¿Por qué nos será tan difícil describir estos componentes
cotidianos?
En primer lugar, desde pequeñitos
nos han acostumbrado a ocultar el dolor, la alegría o el odio, hasta el extremo
de hacemos olvidar su existencia. Por otra parte, esta materia toca nuestra
fibra más sensible, con lo que nos resulta complicado tratarla con serenidad,
objetivamente, y eso nos hace rehuirla. Por último, los sentimientos suelen ser
bastante contradictorios, no se adhieren a la lógica que normalmente usamos
para dirigir nuestras acciones, y por eso muchas veces no podemos ni acceder a
ellos. Por ejemplo, a un sentimiento no le podemos preguntar «¿Por qué?»; lo
máximo que podemos hacer es intentar concretarlo, aislarlo y expresarlo lo más
claramente posible.
Para ello, vamos a desgranar los
elementos que he mencionado más arriba (sensaciones, emociones y sentimientos):
Sensaciones
(Sensación: 1. Impresión
producida en los sentidos por un estímulo exterior o interior. 2. Percepción
mental de un hecho, con independencia de las impresiones sensoriales.)
La sensación tiene que ver, en la
primera de sus acepciones, con los sentidos: la vista, el olfato, el tacto, el
gusto y el oído, tan presentes en nuestra vida cotidiana que a veces los
escritores los olvidan, como si se dieran por hecho. Pero nada que no esté en el
texto, aunque sea de manera elíptica o alusiva, se da por supuesto en un
escrito.
El sentido de la vista es el que
más se utiliza a la hora de escribir, claro; es para el que está más preparado
el lenguaje y nuestro vocabulario y, además, es difícil mantenernos ciegos. Es
más sencillo, sin embargos, mantenernos sordos o mudos, o insensibles a los
olores y al tacto. Y, sin embargo, la expresión de estas sensaciones dotarán al
texto de una humanidad que difícilmente se puede alcanzar con la explicación más
detallada. Si introducimos en un escrito música, estrépitos o ruidos en el
patio interior, texturas y roces, sabores, olor a gasolina o a alcanfor...
estaremos creando atmósfera, pero también conseguiremos un cierto grado de
empatía por parte del lector.
El gran ausente en la literatura
suele ser, sobre todo, el olfato, debido posiblemente a la dificultad de
expresar los olores con palabras. A nauseabundo, pestilente, hediondo,
aromático y algunos adjetivos más se reduce el reino de lo olfativo, y ciertamente
los que hay dicen bien poco del olor en cuestión. Es un sentido inválido, y
para expresarlo tenemos que acudir a las asociaciones de ideas o pedir ayuda a
los otros sentidos, como quien se apoya en muletas. No obstante, recordad que
los olores tienen una capacidad de evocación intensa y duradera, no sólo en
quien escribe sino también en el lector. Un olor bien situado en un texto vale
por cien imágenes.
Emociones
(Emoción: Estado afectivo de
intensa alteración, especialmente de alegría, pesar o ansiedad.)
Este será otro factor que puede
acercar un escrito al lector. Si el que narra está alegre, y esa alegría está
bien expresada, el lector se sentirá automáticamente identificado en esa
parcela de humanidad.
Las emociones se puede reflejar
de muchas maneras, como por ejemplo diciendo directamente: me puse alegre o
triste, o sentí muchísima ansiedad. No obstante, conviene reflejarlas en los
actos (Me puse a dar pasos de ballet por todo el salón. Recorrí a toda prisa
las calles de la ciudad fumando un cigarrillo tras otro con los dientes
apretados).
Sentimientos
(Sentimiento: 1. Acción de
sentir. 2. Estado afectivo que causan en el ánimo cosas espirituales. Sentir:
1. Experimentar una sensación. 2.
Experimentar un estado afectivo o de ánimo. Estado de ánimo: Estado de una persona en lo
relativo a sus sentimientos y a su actitud optimista o pesimista ante las
cosas.)
Y aquí es donde los diccionarios
empiezan a liarse e irse por las ramas, porque todavía no ha nacido la persona
que pueda definir con exactitud lo que los sentimientos son. Puestos a lanzar
hipótesis al aire, yo diría que existe una gradación en el alma del ser humano:
primero es la sensación, la cual provoca una emoción, que a su vez nos lleva a
un sentimiento. Esta gradación no sólo es temporal, sino que también se produce
—en mi opinión— en una especie de estratificación: la sensación está a flor de
piel, la emoción es más cerebral y el sentimiento florece en las profundidades
de la mente, alma, o como quiera llamársele.
Si es difícil convenir una
definición para los sentimientos, más difícil aún es identificarlos. Y si
identificarlos resulta una tarea de locos, no digo nada expresarlos con
palabras.
La expresión de los sentimientos
vendría a ser como una profundización racionalizada en las emociones. Decir
estaba feliz o estaba triste es muy fácil; lo complicado, y lo más valioso y
sincero, es expresar el sentimiento real, oscuramente contradictorio —pues
proviene de una mezcla de sensación física, emoción subconsciente y razón—, que
subyace bajo tierra corno un león dormido. Todos tenemos sentimientos, pero hay
que marearlos mucho para conseguir expresarlos. No basta con que el escritor se
emocione o sienta lo que quiere escribir: ha de saber plasmarlo sobre el papel
para que el lector, que no está en su pellejo, pueda sentir, a su vez, lo
mismo. Así pues, no se trata de explicar los sentimientos, sino de que quien
lea el texto experimente, a su vez, lo que se ha tratado de reflejar.
Fragmentos tomados de Curso de
escritura creativa. Isabel Cañelles Lopez. [info@escuelade escritores.com]