1 de julio de 2009

RECURSOS-Escribir bien/escribir mal (sobre la supervivencia de un texto)

(Material preparado por la cátedra)

(Todas las citas pertenecen a: Aprender a escribir, de Alicia Steimberg; El gozo de escribir, de Natalie Goldberg; Escritura creativa, de Louis Timbal-Duclaux, y Cultiva tu talento literario, de Thaisa Frank y Dorothy Wall).

-Cuándo un texto es bueno o malo

“El texto malo (me guardaré muy bien de dar ejemplos, hay gente distraída que puede tomarlos por buenos) trata de relatar una historia sin particularizar. Habla de un grupo de personas que salieron de viaje y sigue adelante sin haber dicho nada que permita al lector formarse una imagen visual de ellos: no se sabe si partieron de Buenos Aires en tren o de Santiago del Estero en una carreta arrastrada por bueyes, ni si esto último, lo de la carreta tirada por bueyes, sucedió en el año 1801 o en el año 1998, cuando se hizo una evocación de las costumbres camperas de otrora en Venado Tuerto. Si el ‘cuento’ sigue como la frase inicial: ‘Un grupo de personas salió de viaje’ abstracto, general, sin nada para ‘ver’ con los ojos de la mente, y el lector salta tres páginas y se encuentra en medio de un túnel oscuro, el texto, sin ninguna duda, se irá a ese lugar donde mueren los pajaritos y van a caer las medias perdidas sin su compañera”.
“Si hablo de cómo escribir mejor, debo evitar que el que me lea se quede con la impresión de que le estoy dando reglas o parámetros. Y si el que escribe, a pesar de que aplica mis consejos, produce un texto calificado como malo, no debe sentirse engañado. Yo nunca dije que sabía cómo se ayuda a alguien que no es escritor a ser escritor. Pero es seguro que leerá mejor y disfrutará más de la lectura y, con el tiempo, ¿quién sabe lo que puede pasar con el tiempo? Lo que puedo decir por el momento es que una vez escrito un texto hay que revisarlo, y si se nota una acumulación de generalizaciones y abstracciones, será bueno nutrirse de ejemplos acerca de cómo comienzan sus textos los buenos autores de ficción. Cómo los comienzan y cómo los siguen. Hay que apilar sobre el escritorio no menos de diez textos que a uno le gusten mucho, preferentemente escritos en español en el original, aunque un par de traducciones pueden venir bien para aprender recursos y juegos lingüísticos de otros idiomas”(Steimberg).


- De la anécdota al relato (No confundir historia con anécdota)

“Hace algunos años, escribí una historia que me habían contado otros. Mis amigos la encontraron aburrida. No conseguía entender su reacción; a mí me había gustado muchísimo. Ahora, sin embargo, me doy cuenta de que yo no había contado aquella historia; me había limitado a hablar acerca de ella, de segunda mano”(Goldberg).

“En cada momento, se trata de recortar, de cincelar, de manera que se haga sobresalir la idea. Esta operación no debe ser vivida como una automutilación, sino, por el contrario, como una manera de valorar nuestras queridas ideas. Es el trabajo del buscador de oro que va extrayendo las pepitas de la ganga terrosa. El trabajo del escultor que, de la materia todavía insuficientemente trabajada, hace bro¬tar la forma de un seno, o la curva de una cadera...
En otros casos, por el contrario, nuestro pensamiento ha ido demasiado rápido: ha saltado a pies juntillas por encima de las ideas intermedias. Para nosotros, estas ideas son ‘evidentes’, pero no forzosamente para el lector... Entonces será necesario, a la inversa, alargar el texto, precisar la idea que nos hemos saltado, el eslabón sobrentendido del razonamiento. ‘No hay que decirlo, pero es mejor decirlo’, decía Talleyrand”(Timbal-Duclaux).



De la anécdota al relato:

"Muchos primeros relatos comienzan como breves descripciones de algún aspecto de nuestra vida y producen cierta sensación de ‘historia en potencia’. ¿Le has contado alguna vez a alguien una anécdota –quizás algo que le ocurrió a algún conocido– y esa persona te respondió: ‘¡Eso tienes que escribirlo!’? Tú sigues el consejo, pero el resultado te decepciona; es una historia sosa. Un hecho interesante de la vida no se ha traducido con la misma fuerza en el papel aunque lo hayas contado fielmente.
Es posible que hayas escrito esa anécdota con demasiada fidelidad y, sin embargo, no hayas encontrado la manera de con¬vertirla en relato. También es posible que la hayas contado con muy poco detalle, utilizando un código taquigráfico a la espera de que el oyente o el lector traduzca los hechos. Una anécdota es una interesante secuencia lineal de acontecimientos. En esas circunstancias, la tensión entre la historia y quien la cuenta es implícita. El que habla funciona a la vez como narrador y como personaje, vive simultáneamente en el ahora de la narración y en el entonces de los hechos incluidos en la historia (si solamente fue un testigo presencial). Cuando las circunstancias son las apropiadas, el oyente recibe una experiencia directa e inmediata de quien cuenta la historia y la transmite a los hechos. No obstante, cuando no hay nadie que hable en directo, desaparece la tensión y la anécdota se convierte en una secuencia cronológica plana, sin contrastes. El narrador en primera persona deja de ser alguien ‘vivo’ o lo que podríamos llamar un personaje totalmente incorporado a la trama.
Una anécdota es un momento interesante; la persona que la cuenta lo hace aún más atractivo, pero se trata de un incidente menor carente de niveles complejos de significado.
Sin embargo, no se puede reducir una historia sin destruirla. La historia debe tener una vida más allá de su valor personal o de entretenimiento; debe ser expansiva, desplegarse en distintas capas de significado y trascendencia, que serán importantes para un extraño que no conoce a los personajes principales; debe ser algo más que una ocurrencia de una sola frase”(Frank y Wall).

“Análisis y síntesis son los dos grandes movimientos del espíritu humano, a la vez opuestos y complementarios.
El análisis consiste en descomponer un fenómeno en un cierto número de partes elementales; va de lo concreto complejo hacia lo abstracto simple. La síntesis hace lo contra¬rio: va de lo abstracto a lo concreto, de las ideas a los hechos, y ello recomponiéndolas en una nueva totalidad más inteligible que en el punto de partida”(Timbal-Duclaux).

-Sobre mostrar en literatura: que se pueda ver lo que se cuenta (No decir, mostrar)

“un texto que arranca en una idea abstracta necesitará más que otros del apoyo de la anécdota, pero mucho más si pretende ser un texto literario”

“Al escritor le interesa el texto. Y aquí sí que no hay reglas. Para que el texto sea bueno hay que tener ciertos “sentidos”: sentido del gusto, sentido del ri¬dículo, sentido de la armonía, sentido de las proporciones, sentido de la oportunidad. Sentido de la musicalidad o de la cacofonía de las palabras. ¡Sentido del ritmo! Sí no, ¿por qué cambié el orden de esta enumeración en mi pensamiento, aun antes de terminar de escribirla? Claro que yo no tengo por qué contárselo al lector, pero había pensado primero "oportunidad" y después "proporciones". Al releer sentí que quedaba mejor que la última palabra de la serie fuera aguda y no grave o esdrújula, y cambié el orden. Y esto que acabo de revelar no es ninguna sutileza, lo saben los que escriben poesía, lo saben hasta el cansancio los que escriben publicidad y los que terminan la letra de un tango con la palabra corazón”(Steimberg).

-Buscar el equilibrio

"1. Si el espíritu del autor coincide demasiado con él mismo no escribe más que para aclarar sus ideas, no para comunicar con el lector: es demasiado ‘emisor’.
2. Si el espíritu del autor está demasiado cerca del lector, escribe únicamente para complacerle, dibujándole una imagen halagüeña de sí mismo: es demasiado ‘receptor’.
3. Si el espíritu del autor está demasiado preocupado del lenguaje y de los juegos que permite, se olvida de la realidad, del lector y de su verdad interior. Es demasiado ‘literario’.
4. Si el espíritu del autor está demasiado obsesionado por la realidad de las cosas, olvida su subjetividad, la subjetividad del lector y la necesidad de encontrar las palabras precisas para hacerse comprender. Es demasiado ‘científico’”(Timbal-Duclaux).

-Sobre la unidad

“La unidad: Una historia es un tapiz complejo, es algo más que sus persona¬jes, su diálogo y el uso del lenguaje. Tiene una forma, un diseño, que los lectores captan intuitivamente, más allá de las palabras y las frases. Si falta el diseño, no importa cuántos de los citados elementos estén presentes: sigue faltando una historia. Eso es lo que Henry James quiso decir cuando, refiriéndose a un determinado relato, afirmó: ‘Me gusta todo menos el conjunto’.
A veces, para nombrar a este animal escurridizo -la bestia que da forma a una historia-, empleamos el término «unidad». Cuando decimos que una historia tiene unidad, por lo general queremos decir que parece completa, orgánica, que tiene sus propias pautas de transformación. También queremos decir que cuando los lectores terminan de leer esa historia han comprendido intuitivamente una situación de conjunto o un flujo de acontecimientos. Todo parece encajar, nada parece superfluo.La unidad tampoco viene dada siempre por la visión de un todo cohesionado por una sensación continua del tiempo”.

“La unidad es algo creado por la sensación de que todas las piezas del universo de la historia contribuyen a desarrollar la trama y los temas, de que todos los elementos utilizados son importantes. Buscamos pistas en el texto mismo, ampliando algunas hasta el máximo de sus posibilidades, podando otras. Algunos escritores aprenden a seguir la pista de sus historias de ma¬nera subliminal; otros se apoyan en un diálogo más razonado. Con el tiempo y la práctica es más fácil pensar en la unidad de la historia mientras trabajamos partes de ella”(Frank y Wall).

-Sobre las palabras “difíciles’” o inusuales en el lenguaje escrito

No está ni bien ni mal usarlas, pero hay que hacerlo con templanza. No juntar dos palabras de esta clase, con una está bien. Por ejemplo, hablando de la mezcla de distintas bebidas alcohólicas: en vez de decir ‘concatenación descarriada’ es mejor decir ‘mezcla descarriada’ o ‘concatenación descuidada’. En fin, tratar de no convertirse en Carlos Argentino Daneri. Entiendo que tu intención es irónica, pero pa¬ra que el texto sea eficaz hay que cuidar de no pasarse de rosca.
Aclarar que una pared es ‘de material’ sólo tendría sentido si uno está en un rancherío donde casi todas las paredes son de adobe. Si es así, el lector tendría que saberlo no bien el joven se apoya en la pared, o antes.
Decir ‘lastimé mi mano’, ‘alzó su cara al cielo’ ‘lustramos nuestros zapatos’ y olvidar que en castellano decimos ‘me lastimé la mano’, ‘alzó la cara al cielo’ y ‘nos lustramos los zapatos’, es renunciar a nuestra sintaxis española. No es que esté mal decir ‘mi mano’, pero esta insistencia en usar los posesivos, casi absoluta en inglés, no ocurre en castellano. Ningún chico argentino va a decirle a la madre: ‘Mamá, lastimé mi mano’ es ciento por ciento seguro que dirá: ‘Me lastimé la mano’. Si uno trata de escribir teniendo en cuenta la forma en que habla y guardando las debidas diferencias entre el lenguaje coloquial hablado y el lenguaje colo¬quial escrito, el lector seguirá leyendo con confianza y disfrutando de lo que el libro le cuenta”(Steimberg).