12 de septiembre de 2009

TEXTOS TEÓRICOS-Los usos del relato, J. Bruner

En: Bruner, J. Los usos del relato, en La fábrica de historias, FCE, 2005 (pp. 18-25)
Tal vez no sea solamente el carácter sutil de la estructura narrativa lo que nos impide dar el salto desde la intuición a su comprensión explícita: algo que inclusive va más allá del hecho de que la narrativa es más nebulosa, más difícil de capturar. ¿Será tal vez porque en cierto sentido el narrar no es inocente, por cierto no tan inocente como la geometría, porque está rodeado por un cierto nimbo de malevolencia o inmoralidad? Por ejemplo, en cierto modo está bien desconfiar de una historia demasiado bella. Ésta implica demasiada retórica, una cierta cuota de falsedad. Puesto que los relatos, quizá en contra de la lógica o la ciencia, tienen en conjunto la apariencia de ser demasiado sospechosos de segundas intenciones, de abrigar una finalidad específica y, en especial, de malicia.
Tal vez esta sospecha está justificada. De hecho, los relatos seguramente no son inocentes: siempre tienen un mensaje, la mayor parte de las veces tan bien oculto que ni siquiera el narrador sabe qué interés persigue. Por ejemplo, los relatos siempre empiezan dando por descontado (e invitando al lector u oyente a dar por descontado) el carácter ordinario y normal de algún estado de cosas particular en el mundo: la situación que debería existir cuando Caperucita Roja va a visitar a su abuela, o qué debería esperar un chico negro al llegar a su escuela de Little Rock, en Arkansas, después de que el caso "Brown contra el Consejo de Instrucción" puso fin a la segregación racial. Llegados a este punto, la peripéteia desconcierta las expec¬tativas: es un lobo disfrazado de abuela o, en Arkansas, la milicia del gobernador Faubus bloquea la entrada a la escuela. El relato echó a andar, con su mensaje normativo inicial en ciernes, contra el telón de fondo. Acaso la sabi¬duría popular reconoce que es mejor dejar que el mensaje normativo quede implícito, antes que correr el riesgo de una confrontación abierta sobre él. ¿Querría la Iglesia que los lectores del Génesis criticasen el "vacío" inicial de Cielo y Tierra, protestando ex nihilo nihil?
Así, los teóricos de la literatura acostumbran decir, por ejemplo, que los términos de la narrativa literaria sólo significan, no denotan en el mundo real (1). ¡Sólo los abogados o los psicoanalistas preguntarían a quién representaba en realidad el Mago de Oz! Y, sin embargo, un joven clasicista de Oxford me dijo una vez en tono de reproche que el realismo familiarista de Sigmund Freud había destruido para su generación el Edipo Rey como narración dramática. Y yo, al replicar, ¡no pude no protestar que lo que Freud había hecho con Edipo Rey hubiera podido ser aun peor para la vida familiar fuera de la escena!
En todo caso, sin importar el origen de nuestra singular reticencia, raramente nos preguntamos qué forma se le impone a la realidad cuando le damos los ropajes del relato! El sentido común se obstina en afirmar que la forma relato es una ventana transparente hacia la realidad, no una matriz que le impone su forma. No importa que todos sepamos, por ejemplo, que el mundo de los bellos cuentos está poblado por protagonistas de voluntad libre, dotados de un coraje o de un miedo o de una malevolencia idealizados a contrapelo de la intuición, y que para realizar sus intentos deben afrontar obstáculos sobrenaturales o, también, sobrenaturalmente ordinarios. No importa que inclusive sepamos —una vez más, por así decir, implícitamente— que el mundo real no es así "de verdad", que existen convenciones narrativas que gobiernan el mundo de los relatos. De hecho, seguimos aferrados a esos modelos de realidad narrativos y los usamos para dar forma a nuestras experiencias cotidianas. Decimos que ciertas personas son Micawbers o personajes dignos de una novela de Tom Wolfe.
Recuerdo mi regreso a Nueva York de una visita a Europa, poco más de un mes después del estallido de la Segunda Guerra Mundial, en un barco que había zarpado en Bordeaux con una carga bastante variopinta de expatriados norteamericanos que volvían a casa. Recuerdo una reseña periodística, quizás en la columna: "Talk of the Town" del New Yorker, que anunciaba que el barco Shawnee, mi barco, había llegado el miércoles anterior a Nueva York, trayendo a bordo a los personajes de Fiesta [The sun also rises], la novela de Hemingway, todavía popular en ese entonces, sobre estadounidenses cosmopolitas expatriados. Dado que durante los diez días que duró la travesía había vivido entre gente desesperada —familias que se separaban para salvarse, comerciantes que habían tenido que abandonar sus empresas, refugiados que huían de los nazis— no pude evitar que me impactara, ya entonces, nuestra persistente tendencia a ver que la vida imita al arte. Porque yo también había recurrido a la narrativa en mi interpretación de ese viaje: ¡la travesía del Shawnee como otra traducción a la realidad del libro del Éxodo!
Esta capacidad que tiene el relato de modelar la experiencia no puede ser atribuida simplemente a un enésimo error en el esfuerzo humano por dar un sentido al mun¬do, como están habituados a hacer los científicos cognitivistas. Tampoco debe ser dejada sin más al filósofo de escritorio, que se ocupa del dilema secular de cómo los procesos epistemológicos llevan a resultados ontológicos válidos (esto es, cómo la mera experiencia nos hace arribar a la verdadera realidad). Al tratar la "realidad narrativa", nos gusta invocar la clásica distinción de Gottlob Frege entre "sentido" y "referencia": el primero es connotativo; la segunda, denotativa. La ficción literaria —nos gusta decir— no se refiere a cosa alguna en el mun¬do, sino que sólo otorga su sentido a las cosas. Y sin embargo es justamente ese sentido de las cosas, que a menudo deriva de la narrativa, el que hace posible a continuación la referencia a la vida real. Es más, nosotros nos referimos a acontecimientos, objetos y personas por medio de expresiones que los colocan ya no simplemente en un mundo indiferente, sino antes bien en un mundo narrativo: "héroes" que condecoramos por su "valor", "contratos violados" en los que una parte no "actuó de buena fe", y cosas semejantes. Podemos referirnos a los
héroes y a los contratos violados tan sólo en virtud de su preexistencia en un mundo narrativo. Tal vaz Frege tenía la intención de decir (es ambiguo al respecto) que el sen¬tido también brinda un medio para dar una forma experimental e inclusive para hallar aquello a lo que uno se refiere: así como Mr. Micawber, fruto de la fantasía de Dickens, nos induce a ver a ciertas personas de la vida real bajo una luz nueva y distinta, o acaso a buscar también otros Micawber. Pero me estoy adelantando. Por el momento sólo intento afirmar que la narrativa, incluso la de ficción, da forma a cosas del mundo real y muchas veces les confiere, además, una carta de derechos en la realidad.
Este proceso de "construcción de la realidad" es tan rápido y automático que muchas veces no nos percatamos de él, y lo redescubrimos con un shock de reconocimiento o nos negamos a descubrirlo exclamando: "¡tonterías posmodernas!". Los significados narrativos llegan a impo¬nerse por sobre los referentes de historias presumiblemente verdaderas, hasta en el derecho, como en el caso del "delito de atracción", ilícito que subsiste cuando -supongamos- una persona es inducida a una situación peligrosa por una tentación irresistible creada por otra persona. De allí, y en virtud de una resolución judicial, su piscina descubierta se transforma, de lugar de inocente esparcimiento familiar, en un peligro público y ustedes son los responsables. ¿Tentación irresistible? Y bueno, no podemos definirla con precisión absoluta, pero podemos ilustrarla con una línea de antecedentes judiciales que relatan historias a las que se presume similares. Hasta los antropólogos se están dando cuenta de las consecuencias políticas en la vida real de su modo de contar la vida de los pueblos primitivos: de cómo, por ejemplo, el que hayan hablado de autonomía puede haber servido de justificación, por más cínica que sea, a la política de apartheid de Sudáfrica (2).
Sólo cuando sospechamos que nos hallamos ante la historia incorrecta empezamos a preguntarnos cómo un relato estructura (o "distorsiona") nuestra visión del estado real de las cosas. Y finalmente empezamos a preguntarnos cómo el relato mismo modela eo ipso nuestra experiencia del mundo. Hasta el psicoanálisis se interroga acerca de cómo la manera en que un paciente cuenta su vida efectivamente influye sobre el modo de vivirla: el dicho de Osear Wilde -la vida que imita al arte- trasladado al diván del psicoanalista (3).
Pero detengámonos un poco más en los relatos de ficción y en el modo en que la narrativa crea realidades tan irresistibles como para modelar la experiencia no sólo de los mundos retratados por la fantasía, sino también del mundo real. La gran narrativa literaria restituye un aspecto inusual a lo familiar y a lo habitual "extrañando", como solían decir los formalistas rusos, al lector de la tiranía de lo que es irresistiblemente familiar. Ofrece mundos alternativos que echan nueva luz sobre el mundo real. Para efectuar esta magia, el principal instrumento de la literatura es el lenguaje: son sus traslados y los recursos con que traslada nuestra producción de sentido más allá de lo banal, al reino de lo posible. Explora las situaciones humanas mediante el prisma de la imaginación. En su mejor y más eficaz nivel, la gran narrativa marca, como la manzana fatal en el jardín del Edén, el fin de la inocencia.
Platón lo sabía, incluso demasiado bien, cuando expulsó a los poetas de su República. Y esta verdad era bien sabida, aun sin la ayuda de Platón, no menos por los tiranos que por todos los revolucionarios, rebeldes y reformistas. La cabaña del tío Tom no hizo menos que cualquier debate parlamentario para que se precipitara la guerra civil estadounidense. Es más, tales debates inclusive fueron prohibidos en el Congreso estadounidense después de que uno de ellos terminara a bastonazos. Todo ello otorgó la eficacia de la rareza a la notable novela de Harriet Beecher Stowe, colocando las penurias de la esclavitud en una ambientación narrativa de sufrimiento aliviado por la bondad humana. Y un siglo más tarde, como veremos a continuación, fueron los novelistas y los comediógrafos de la Harlem Renaissance los que crearon las premisas para las decisiones antisegregacionistas de la Corte Suprema de los Estados Unidos en el caso "Brown contra el Consejo de Instrucción", mostrando el lado humano de la situación en que se encontraban los afroamericanos que debían padecer la mofa del discriminatorio: "separados pero iguales".
Ese clasicista que lamentaba la familiarización del mito de Edipo por parte de Freud tenía razón, no porque Freud se equivocara, sino porque había transformado a Edipo en una lección, debilitando el poder de la tragedia de crear mundos imaginarios más allá del psicoanálisis. Porque la literatura de imaginación, aunque tiene el poder de ponerle fin a la inocencia, no es una lección, sino una tentación a reexaminar lo obvio. La gran narrativa es, en espíritu, subversiva, no pedagógica.



NOTAS
1 Se trata de una reformulación de una discusión en Thomas G. Pavel, FictionalWorld, Cambridge, Harvard University Press, 1986, cap. 3 [trad. esp.: Mundos de ficción, Caracas, Monte Avila, 1997]. La de Pavel es una interesante discusión sobre el problema del "sen¬tido" y la "referencia" en la literatura de ficción. Obviamente, esta distinción fue reintroducida en la filosofía moderna por el famoso ensayo que Gottlob Frege escribió hacia fines del siglo XIX. Véase, de Frege, "Su senso e riferimento" en: La struttura lógica del linguaggio, al cuidado de Andre Boromi, Milán, 1973.
2 Véase, por ejemplo, Adam Kuper, Culture: 1 fíe AntropoLogist's Account, Cambridge, Harvard Universícy Press, 999 [trad, esp.: Cultura: La versión de los antropólogos, Barcelona, Paidos, 2001], donde se trata esta cuestión con especial cuidado y amargura, desde el momento en que Kuper es de origen sudafricano. La cuestión general del modo en que la descripción de las "culturas" influye sobre el modo en que nosotros, en el mundo tecnológico "avanza¬do", tratamos en realidad a los pueblos de orígenes y sistemas de creencias distintos, estalló, naturalmente, en el "escándalo de los yanomanes", en que se vio involucrado el antropólogo Napoleón Chagnon. Véase Patrick Tierny, "The fierce anthropologist", en The New Yorker, 9 de octubre de 2000, pp. 50-61; y Clifford Geertz, "Life among the anthros", en New York Review ofBooks, 8 de febre¬ro de 2001, pp. 18-22.
3Véase, en especial, RoySchafer, "Narration in the psychoanalytic dialogue", en On Narrative, al cuidado de W. J. T. Mitchell, op. cit.