27 de julio de 2010

CRÓNICA-Los desaparecidos

HÁBEAS CORPUS

Por Elena Poniatowska

¿Quién tiene el cuerpo? Hemos presentado un recurso de amparo. ¿Dónde está mi hijo? ¿Dónde mi esposo? ¿Dónde mi hermano? ¿Qué le pasó? Vinieron a buscarlo en la madrugada diez hombres armados que no se identificaron y desde entonces no sé de él. Oí en la calle el ruido de los frenos. Cada vez se oye más, en las madrugadas, ese ruido de frenos. Es un coche sin placas. Mírelo, aquí tengo su foto, si, sí es un hombre guapo, y joven sí, y sí, siempre andaba sonriendo. Lo vinieron a buscar sólo para unas preguntas de rutina, al menos eso dijeron, preguntas de rutina, contraté un abogado pero es poco lo que puede hacer, yo por lo menos quisiera saber dónde quedó su cuerpo para poder ir a ponerle unas flores, no pido mucho, ya no pido más que eso, saber en dónde quedó...
En América Latina son muchos los que despiertan a medianoche sobresaltados. Las madres piensan en su preso. ¿Lo habrán puesto de cara a la pared? ¿Sonreirá valientemente como siempre lo hizo? Cualquier ruido en la calle es sospechoso, el portazo de un automóvil, el arrancón de un tranvía. ¿Qué será? ¿Quién será? ¿Qué estará pasando? Los "operativos", como los llaman en Argentina, se llevan a cabo en plena calle, frente a los vecinos que no intervienen, que no estiran los brazos hacia el que llevan, que no extienden las manos para tomar la suya, que se quedan parados con la boca abierta, que nunca preguntan siquiera: "¿A dónde se lo llevan? ¿Qué quieren de él? ¿Qué van a hacer con él?", no se los vayan a llevar a ellos también. [...]
Dice Mariclaire Acosta, representante de Amnistía Internacional en México: "El mecanismo empleado para desaparecer a una persona en Latinoamérica es relativamente sencillo: se trata de aparentar un simple secuestro, perpetrado en forma rápida, violenta y anónima como lo dictan los cánones de la tradición. Generalmente el acto es precedido por un allanamiento de morada en el cual un grupo armado irrumpe violentamente, a altas horas de la noche, en el hogar de la víctima, y, tras el amedrentamiento y maltrato del resto de los habitantes, lleva consigo a su presa además de todos los objetos que pudo hurtar durante el operativo".
"En México —dice el informe de Amnistía Internacional—, el gobierno no ha dado una explicación satisfactoria sobre la situación de más de 300 personas desaparecidas desde 1968 —la mayoría campesinos— después de haber sido detenidas por fuerzas de seguridad."

QUÉ COSA RECLAMO SI NO SÉ LEER Y NADIE ME HACE CASO.

En el campo de México, llegan los soldados y simplemente se llevan a los campesinos. Y no por ello se mueve la hoja del árbol. Solo hasta hoy los familiares empiezan a denunciar las desapariciones de hombres y de mujeres que no poseen el alfabeto y que de un día al otro, simplemente no amanecen en su casa, no echan tortillas, no salen al corral. Los vecinos recogen entonces a los niños hambrientos, tratan de cuidar la choza vacía, se encargan, si los hay, de la marranita, de las gallinas. En esa casa que antes humeaba se han esfumado los adultos. Los niños, con sus grandes ojos de pobre como diría Rosario Castellanos, en vano otean el camino, si acaso alguien regresa son los soldados para atemorizar a los vecinos, para que sepan que si se meten a reclamar, así les va a ir. Un buen día, nomás, no estarán. La muerte que a todos nos toca tarde o temprano les tocará en otra parte, y donde sea no habrá quien les dé cristiana sepultura. Y los pobres, entre sus pocas pretensiones, quieren saber a dónde van a quedar.
La mayor parte de los presos políticos mexicanos son jóvenes (en América Latina resulta peligroso ser joven), sus edades oscilan entre los dieciocho y los treinta años y su nivel económico es muy bajo. Los desaparecidos de origen campesino en su mayoría son analfabetos, por lo tanto no conocen la ley y no recurren a su amparo. No interponen ningún recurso aunque este sea, como en el resto de América Latina, sistemáticamente violado. Todos sabemos que cualquier gobierno, por más democrático, persigue a sus opositores políticos, y en el caso de los desaparecidos de México, la mayor parte está involucrada en acciones guerrilleras; son disidentes, y en muchas ocasiones para explicar su desaparición se alega que murieron en un enfrentamiento con el ejército. Sin embargo, su desaparición los convierte —a ellos y a sus familiares— en victimas y le confiere al gobierno —responsable o no— el papel de perseguidor. Su desaparición, además de ilegal, es una infamia, de las que muy pocos parecen darse cuenta. Si Rosario Ibarra de Piedra no hubiera iniciado una campaña de protesta y de difusión, no estaríamos enterados a la fecha del problema de los desaparecidos y solo tendríamos una noción muy vaga y fácilmente desechable de cómo, en casos de oposición política, son pisoteadas en nuestro país las libertades democráticas.

ES INFAMANTE LO QUE LES SUCEDE A LOS DESAPARECIDOS, SI ES QUE LES SUCEDE ALGO MÁS QUE LA MUERTE

México es aún el refugio de todos los perseguidos y exiliados políticos de América Latina. Vienen a nuestro país porque aquí se sienten libres. Pero aquí también hay desaparecidos. No se parecen a los del resto de América Latina, porque no tienen nombre. En su mayoría son campesinos y son analfabetos. ¿Qué sucede con la familia, con la esposa, con los hijos? Casi no lo sabemos. Al menos, en el caso de las familias mexicanas más pobres. ¿En qué tormento viven los familiares del desaparecido? ¿Cómo viven? ¿Qué es lo que viven? Habría que preguntárselo a la doctora Laura Bonaparte, sicóloga, madre de hijos asesinados por la Junta, en la Argentina, con horas, días, años-luz de sufrimiento. Ella mejor que nadie sabe que la vida normal se hace prácticamente imposible, sabe que todos los remedios no llegan ni siquiera a paliativos, porque en el caso de una desaparición el dolor es permanente. "Quizás este vivo" "quizás lo estén torturando." Los certificados de defunción que pretenden extender las juntas militares agravan aún más este desgarrante proceso. Si son desaparecidos, ¿como saben que están muertos? Y si no lo saben ¿por qué los certificados de defunción? Laura Bonaparte conoce a fondo —porque lo ha vivido— todo el desgaste sicológico y sus efectos, "que minan la resistencia y alteran diversas áreas de actividad: trabajo, estudio, sexualidad". En el caso de los mexicanos, se alega que no hay presos "políticos", que se trata de delincuentes, de reos del orden común. Si así es ¿por qué no se les procesa? ¿Por qué no hay juicio? ¿Por qué no se les presenta en juzgado alguno? Si son delincuentes los guerrilleros, como lo dijo el presidente López Portillo (aunque en 1978 los llamó: "extremistas con vocación de justicia"), ¿por qué no purgan una sentencia al lado de los presos que en los penales tienen derecho a visita conyugal y a que los vean sus familiares? ¿Por qué se les esconde? ¿Por qué se les recluye —siendo civiles— en el Campo Militar? Sí son delincuentes y asaltantes de camino real, ¿por qué no reciben el mismo trato que los demás infractores del orden social? ¿Por qué, Dios mío, se les desaparece?

¿ESTÁ PERDIDA LA CAUSA DE LOS DESAPARECIDOS?

A pesar de que el término "desaparecido" se emplea en todo el continente latinoamericano, debería cambiarse por el de secuestrado. El desaparecido se esfuma, no existe, y al cabo de un tiempo nadie vuelve a pensar en él. Un objeto que desaparece es simplemente un objeto perdido. También la causa de los desaparecidos parece una causa perdida. Pienso en tantos campesinos encarcelados y desaparecidos por invadir tierras enfrentándose a los caciques, en tantos jóvenes que mueren en la tortura. No deberían llamarse desaparecidos, es malo ese nombre: lo que desaparece ya no vive, no tiene fuerza. Podrían definirse como secuestrados porque es eso lo que son, secuestrados por un gobierno del cual son enemigos y que los considera peligrosos. Por lo tanto los borra del mapa, desapareciéndolos. Los desaparecidos del continente —está ya demostrado— han sido secuestrados por un gobierno concreto que se empeña ahora en negar su existencia. Los desaparecidos no están en ninguna parte ni vivos ni muertos. El silencio que guardan las autoridades es su principal acusación. Si no podemos romperlo, al menos podemos divulgar el secuestro y la desaparición de cientos de latinoamericanos. Así como América Latina inaugura esta práctica infamante, puede inaugurarse otra forma de lucha que la mine en sus cimientos: la de la inmediata divulgación a nivel internacional. Los militares tuvieron la suficiente imaginación para desaparecer a los que consideran sus enemigos políticos y convertir a América Latina en el continente de los desaparecidos. Los familiares atónitos aún no se reponen del golpe, apenas inician su lucha, tan al margen de toda posibilidad jurídica institucional, tan desprovista de ciudadanía, de membrecía de una comunidad humana, tan abandonados y sospechosos como sus propios hijos, maridos y hermanos desaparecidos. Hasta ahora se incorporan. Pero si se lo proponen lograrán hacer surgir de las mazmorras al desaparecido. Incluso sí Rosario Ibarra de Piedra, si Marta Conti, si Lilia Walsh, no recuperan el despojo de sus desaparecidos, estos seguirán viviendo, su memoria respetada por los hombres y las mujeres que saben que nada cuesta tanto como la libertad de opinar, disentir y actuar conforme a las propias convicciones, y que "por la libertad y por la honra se puede aventar la vida" como decía el Quijote y que ellos, ahora libres, serán honrados siempre mientras nuestro continente —si nos dejamos envilecer— seguirá debatiéndose como lo advierte Ariel Dorfman en su poema "Esperanza":

Mi hijo se encuentra
desaparecido
desde el 8 de mayo
del año pasado.
Lo vinieron a buscar,
solo por unas horas,
dijeron,
solo para algunas preguntas
de rutina.
Desde que el auto partió
ese auto sin patente
no hemos podido
saber
nada más
acerca de él.

Ahora cambiaron las cosas.
Hemos sabido por un joven compañero
al que acaban de soltar,
que cinco meses más tarde
lo estaban torturando
en Villa Grimaldi,
que a fines de septiembre
lo seguían interrogando
en la casa colorada
que fue de los Grimaldi.

Dicen que lo reconocieron
por la voz, por los gritos,
dicen.

Quiero que me respondan con franqueza.
¿Qué época es esta,
en qué siglo habitamos,
cuál es el nombre
de este país?
¿Cómo puede ser,
eso les pregunto,
que la alegría de un
padre,
que la felicidad de una
madre,
consista en saber
que a su hijo
lo están
que lo están torturando?

¿Y presumir por lo tanto
que se encontraba vivo
cinco meses después,
que nuestra máxima
esperanza
sea averiguar
el año entrante
que ocho meses más tarde
seguían con las torturas
y puede, podría, pudiera,
que esté todavía vivo?.