22 de agosto de 2009

TEXTOS TEÓRICOS- Exordio

El conocimiento como metáfora de la realidad, en www.archivo-semiotica.com.ar/poesia.html

Compre una docena de rosas en la esquina del semáforo –le costará entre diez y quince quetzales, según cuál semáforo elija. Pare el carro en una calle poco transitada. Acerque las rosas a la nariz y aspire su aroma. Luego elija la rosa que más le guste –esto seguramente dependerá de su estado de ánimo.
Intente describir el aroma aspirado y la forma de su rosa preferida. Seguramente esto le tomará tiempo ¿cómo describir el aroma?, ¿qué palabras usar?, ¿describir el aroma en sí o la sensación que le provoca? O, mejor, describir la diametral oposición entre su aroma y el del humo de la camioneta que pasó a la par. No digamos el tiempo que le llevará describir la forma de la rosa: ¿empieza por el tallo o por los pétalos? ¿Va de afuera hacia dentro o de dentro hacia afuera? Cualquiera que sea su elección, seguramente al final tendrá un poema.
La poesía, la auténtica poesía, surge cuando el lenguaje se agota. Cuando las palabras existentes no ofrecen ya la posibilidad de comunicar nuestros pensamientos. El joven Marx, ante la imposibilidad de describir científicamente la organización de la sociedad, tuvo que crear una gran metáfora y terminó comparándola con un edificio. No digamos Einsten, que hizo lo propio con su teoría de la relatividad.
Si hacemos una lectura poética de los textos científicos, descubriremos que en todos ellos hay más poesía que en muchos de los llamados poetas en boga (o que se creen tal) de nuestra reducida realidad actual. ¿Quién va a negar que la explicación de la conformación del átomo, cuya similitud (a nivel del símbolo que lo representa) con el sistema solar es una metáfora científica ante la necesidad de ver un orden en el mundo?
—Papi, se cayó el cielo, dijo una mañana de marzo mi hijo Samuel, de cinco años, ante la imposibilidad de decirme lo nublado que estaba. El 19 de marzo, el mismo niño se mostró maravillado ante la tenue luz de la luna que esparcía delicados rayos de luz por entre la bruma que la rodeaba. La luna está brisando luz, me dijo. No es que mi hijo sea poeta. Es que el lenguaje no es más que un poema del mundo, una metáfora de la realidad. Nombramos lo que nuestra ideología (¿o cultura?) nos permita. Transitamos en un mundo de signos los cuales, en tanto que sustitutos de la realidad, son su metáfora.
Entre otras cosas, asumo es signo como una realidad sensible que sustituye a otra realidad ausente y la comunica. Un conjunto organizado y sistematizado de signos forma un código.
Signo lingüístico. Es un tipo particular de signo: su característica esencial es la de poseer doble articulación: una articulación de unidades con significado (las palabras) y la otra, formada por unidades sin significado (las letras) que se combinan para formar unidades con significado. Cualquier conocimiento es posible solo en el lenguaje y a la inversa. Lo que no hemos logrado zanjar es precisamente nuestra concepción del lenguaje.

El signo como metáfora

La definición de signo no puede ser más parecida a la de metáfora. Veamos: tradicionalmente, metáfora se entiende como el traslado del nombre de un objeto a otro objeto por relación de analogía. En esta definición, tenemos una operación racional de sustitución realizada para la comunicación. Ninguno de nosotros se extraña cuando, en el mundo de la informática, se le asigna el nombre de ratón al cursor manual que nos ubica en un espacio virtual de la pantalla. Cualquier signo existente y cualquiera de los futuros signos llevará implícito un traslado de sentido, una asignación de un significado nuevo a un significado preexistente o a la inversa.
La capacidad del ser humano de asignarle un nombre a todas las cosas no es ni más ni menos que su propia capacidad de metaforizar la realidad.
Ahora bien, todo signo transmite siempre una particularidad del referente. Es decir,
nunca un signo puede transmitir la totalidad de la realidad que nombra (puesto que, de otra manera, no sería necesario el signo). Esto significa que cualquier signo lleva implícita una selección de elementos de la realidad para ser transmitidos.
Esta selección existe en función de las necesidades con las que nos enfrentamos. La palabra monte nombra, para alguien que vive en la ciudad una realidad que abarca
muchas especies vegetales. De todas esas especies, solo se extrae algunas características concretas: Su tamaño, su naturaleza, su oposición atierra y cemento, etc. El citadino no posee un nombre específico para cada una de esas especies vegetales por que no lo necesita.
En cambio un campesino difícilmente utilizará esa misma palabra pues posee
palabras específicas para nombrar cada una de las especies. Y posee esas palabras por
que él sí necesita conocerlas y nombrarlas.
Por lo tanto, las palabras solo reflejan la parcela de la realidad que necesitamos conocer.
El resto queda fuera momentáneamente, mientras no exista una necesidad de conocerla
y, por lo tanto, de nombrarla.

El lenguaje como modelización el mundo

Todo lenguaje es una metáfora de la realidad. El ser humano percibe el mundo y, para
aprehenderlo, lo convierte en signos, en sustitutos de la realidad que le sirven para almacenarlo en la mente. Si aceptamos que metáfora es entonces, el traslado de un significado a un significante que no le es propio, nos encontramos, entonces, que cualquier forma de conocimiento es, necesariamente" una metáfora del mundo.
Cuando afirmo que el conocimiento es siempre una metáfora de la realidad no estoy cayendo en el simplismo posmoderno anti-racional. Más bien, estoy compartiendo con
Jairo Alarcón* el hecho de que el conocimiento que poseemos de la realidad es siempre
parcial, inacabado. Y es lo parcial e inacabado que las coordenadas culturales nos permitan.
Pero, también, por supuesto, es perfectible, en la medida en que las mismas coordenadas culturales nos lo posibilitan.
Y es que la esencia de la razón misma es metafórica. La razón nos permite conocer la
realidad fragmentada, analizada, según nuestras necesidades e intereses. Eso es precisamente la metáfora, una sustitución parcial de un significado.