22 de agosto de 2009

TEXTOS TEÓRICOS- Literatura e ideología. Laura Devetach

En: Devetach, Laura. La Construcción del camino lector, Editorial Comunicarte, Buenos Aires, 2008.


En este movimiento hacia la literatura, ninguna elección es inocente. Cuando optamos por un tipo de vínculo con el texto y no otro, cuando elegimos determinados textos, cuando aceptamos que no siempre cantidad de lectura es igual a calidad, o que el contacto de un niño con un cuento no se puede medir ni pesar en el momento, nos estamos definiendo también ideológicamente.
Toda sintaxis es una opción de vida inconsciente. Nuestra vida, nuestros propios diálogos, nuestra oralidad y escritura tienen gramáticas, sintaxis, estructuras, tonos, que revelan búsquedas y posturas frente al mundo. Es importante tomar cada vez más conciencia de ese hecho. ¿Damos opciones o imponemos elecciones nuestras?, ¿dialogamos o monologamos?, ¿es nuestro silencio una puerta abierta para la opinión ajena?
Vienen a cuento de este hilo de pensamiento dos conversaciones escuchadas en un colectivo.
Frente al Hospital de Clínicas hay ocasionalmente uno de los cuantiosos "dormideros" al aire libre con que cuenta la ciudad de Buenos Aires. Allí -algunas personas armaron un "dos ambientes" separados por un pequeño monumento, con chapas y trapos.
El colectivo en el que viajábamos se paró por un embotellamiento frente a la "casita" a la intemperie. Pudimos ver durante un rato a un hombre muy concentrado leyendo un libro y tomando mate, sentado en un banquito. Un matrimonio mayor venía sentado delante de mí en el colectivo. La señora tomó la palabra y desgranó casi sin
respirar:
—Mira, cómo pueden permitir eso, afean tanto un edificio público, además no hacen nada en todo el día, están ahí, sentados leyendo. Son un foco de infección en medio de la basura.
El tono subía, subía.
—¡La policía debiera hacer algo, qué derecho tienen a ensuciarnos las calles! Hay que sacarlos de allí.
La señora cesó en su monólogo y el silencio fue pesado. De pronto una vocecita desde atrás de mi asiento, dijo:
—¿Lo van a echar al señod?
Y el padre contestó en tono contenido, reflexivo:
—Mirá, no tiene casa, pobre señor.
—¿Pod qué no tiene casa el pobe señod?
—Estará sin trabajo el pobre señor...
—-Tiene una cama en el suelo, pobe señod...
—Hizo su casa en la calle, pobre señor...
—Es un señor pobe, pobe señod.
—Sí, es un señor pobre, está leyendo. No es un pobre señor.
Me quedé pensando en las estructuras de estas dos piezas orales de la mirada callejera. Una, el monólogo encadenando lugares comunes sobre las molestias que ocasiona la indigencia. No hay espacio para las respuestas y se da por sentado que cada enunciado es una verdad indiscutible. En este contexto de ideas ¿hay lugar para el diálogo? Seguramente quien practica ese tipo de discurso, si lee, busca su reflejo en lo que lee. Hay una dialéctica entre nuestras formas de leer la realidad y las lecturas que buscamos.
En el segundo caso, con el tono de voz, con el uso de la letanía que nombra o reafirma rítmicamente, con un diálogo que va construyendo una manera de mirar esa realidad, el padre mostró y la hija vio y nombró de otra forma al sujeto de aquella realidad.
Dos miradas, dos estructuras, dos sintaxis.
Quienes escribimos también estamos de cuerpo entero en nuestra manera de mirar el mundo y de urdir con las palabras. El ritmo y las tramas de lo poético y de la ficción, no están sólo en los libros. Están primero en la vida toda. Es importante para el lector identificar en los textos la elaboración que hace un autor de tanta materia prima que nos pertenece a todos.
Con esto no quiero decir que los escritores estemos exentos de hacer discursos como el de la señora del colectivo, o peores aún. Lo que cuenta es que los lectores pueden ir descubriendo las diferencias en sus caminos hacia la literatura.
Por eso me parece importante referirme a lo que para mí es el impacto Horacio Quiroga.