20 de junio de 2011

CRONICA DE ALUMNO-Seguir corriendo, de María Jagoe

“Aquel día, sin ninguna razón en particular, decidí salir a correr. Corrí hasta el final del camino, y cuando llegué, pensé que tal vez podía correr hasta el final del pueblo. Y cuando llegué, pensé que tal vez podía correr hasta el condado de Greenbow. Noté que si había llegado tan lejos, tal vez podía correr a través del gran estado de Alabama. Y eso fue lo que hice. Corrí atravesando Alabama. Sin ninguna razón en particular seguía corriendo. Corrí derecho hasta el océano. Y cuando llegué, noté que ya había llegado lejos, y que tal vez debía dar la vuelta y continuar corriendo. Y cuando llegué al otro océano, noté que debía dar la vuelta y continuar corriendo”.
Tom Hanks, “Forrest Gump”


Habían dicho que era la última toma, pero hay que hacerla de nuevo porque Belén se ríe. Está tirada boca arriba en el piso, apoyada sobre dos ladrillos. "Para que dé la impresión de que estás flotando", le explicaron las directoras. Ella mueve las manos y los pies como si tratara de sacarse una manta de encima y se ríe más.
En un rincón, Claudio espera una nueva señal con su mejor cara de actor profesional. No parece que esté incómodo a pesar de que tiene toda la cara pintada de blanco, una capa larga y negra y colmillos de plástico. Sole la está pasando mejor que Belén: ella también tiene que estar desmayada, pero en un sillón viejo y lleno de polvo.
Por fin Belén decide que se rió lo suficiente y trata de poner una expresión de trance hipnótico. Así, secuestradas por Drácula y todas despatarradas, las tiene que encontrar Brian, la estrella de la película, cuando entre a la casa para grabar una de las últimas escenas. Una vez que todos están listos, arranca la acción y tres cámaras caseras los enfocan.

"No sabés qué bien que la pasamos", cuentan después Marisabel y Ana, las directoras de El Misterioso Sr. D. Y no es difícil creerles porque lo dicen riéndose. "Hubo una escena que la tuvimos que grabar mil veces. Hablaban dos vecinas en el quiosco y uno de los chicos le tenía que decir a otro: 'mirá, esa señora también habla del Sr. D'. Pero en vez de decir 'esa señora' decía 'la profe'. Nosotros le decíamos 'noooooo...' y lo teníamos que grabar otra vez. Y en una, cuando por fin le salió, el otro le gritó: '¡bueeeeno, por fin!'. Hubo que filmarla de nuevo".
Las directoras del cortometraje no trabajan de directoras. Una es preceptora y la otra maestra de música, las dos en la Escuela Especial N° 501 de Coronel Dorrego. "¿Sabés qué pasa?", dice Marisabel entre mate y mate. "A los chicos les daba verguenza actuar en el acto de fin de año, adelante de toda la gente, porque les daba cosa. Entonces se nos ocurrió de grabar una película, y se re prendieron. Les encantó".
Claro. ¿Cómo no te va a encantar si viene el combo completo con avant premiere, conferencia de prensa, alfombra roja y una estrella en el piso con tu nombre? Hasta Moro, el perro revelación de la película, tenía la suya y fue al estreno con corbata de moño. Su extraña y graciosa habilidad de saltar a alturas insospechadas para un can hizo que el resto del elenco le perdonara que se comiera la carnada que tenían de utilería, y también que corriera la camioneta todo el tiempo menos, justamente, cuando había que filmarlo. En cambio se tiró abajo de la rueda y a la sombra, porque una estrella tiene que tener sus privilegios.
La avant premiere fue muy publicitada. Las maestras de la EEE N° 501 recorrieron todo el centro de Dorrego de noche (no fue una gran travesía, ya que se termina a las dos cuadras de empezar) y lo empapelaron con unos carteles donde sólo se veía el dibujo de unos ojos negros, como de película de terror, y una frase: "Muy pronto te va a sorprender". Y de paso se rieron un par de días escuchando todas las hipótesis que circularon por el pueblo.
Coronel Dorrego, a 600 kilómetros de Capital Federal, es ciudad por una simple cuestión numérica, porque le da la cantidad de habitantes. Es un dato que se esgrime con orgullo en cualquier discusión regionalista, como evidencia irrefutable de superioridad. Pero la estadística no le saca el alma de pueblo chico, mucho menos de infierno grande, y tener una película de producción propia con actores locales lo revolucionó por completo.
Más todavía cuando había varios vecinos que actuaban de extras (uno hasta puso la camioneta) y más aún cuando El Misterioso Sr. D se pasó por el noticiero del Canal 2 de Coronel Dorrego, más conocido como "el cable". Todo el mundo conocía por lo menos de vista a alguno de los que salían, y la apreciaba con esa emoción rara que produce ver una esquina del barrio en la tele. A la escuela le llovieron las felicitaciones y durante varios días se dedicó a la venta de dvd's al por mayor.
Así, de golpe y porrazo, los chicos descubrieron que eran populares. Que a la gente le gustaba lo que hacían. Que los vecinos los aplaudían de pie. Pasaron de que les diera verguenza decir que iban a "la Especial", a recibir premios de la Municipalidad y de la Cámara de Senadores de la Provincia. Premios que, obviamente, se invirtieron en seguir trabajando.
Filmar una película, aunque sea un cortometraje, no es tarea sencilla. Lo saben las profesoras que saltaron alambrados para encontrar el escenario perfecto y que salieron a la ruta a las dos de la mañana para conseguir una toma impecable de la luna llena. Y, además, una película no puede incluir a todos los nuevos actores en potencia que se sumaron a la idea después de ver El Misterioso Sr D. Por eso, el proyecto se convirtió en un taller de teatro integrado, que sale adelante a pulmón.

Del otro lado del telón, el Teatro Municipal ya se está llenando. Pero acá atrás es un caos. Cuando entro al camarín tengo que esquivar maquillajes, sillas, ropas. Y gente, mucha gente. Cambiada o a medio cambiar. Las chicas aprovechan para pintarse los labios, delinearse los ojos. Las maestras corren de acá para allá dando los toques finales y repasando la letra, mientras al mismo tiempo cosen botones y pinchan alfileres.
Le alcanzo a alguien una cámara de fotos, y de repente me siento un poco fuera de lugar. Las actrices me sonríen pero no me hablan, con un aire de timidez que se va a borrar en cuanto suban al escenario. Así que yo también sonrío y me vuelvo marcha atrás esquivando de nuevo la gente y las sillas.
Afuera del camarín, territorio exclusivo de mujeres, José está solo. Mueve la silla de ruedas hacia delante y hacia atrás, gira y da vueltas. La boca fruncida me da la pauta de que está ensayando su letra, su entrada, sus movimientos en el escenario. De repente me ve y se detiene. "Hola", me dice, con una sonrisa que es mitad compromiso y mitad reconocimiento. "Hola", le digo, y me voy para las butacas, porque no quiero interrumpirle la concentración.
Ese chico que entra rodando y se come el escenario mientras todo el teatro lo aplaude de pie, es el mismo que no podía ir a los actos municipales, porque los funcionarios mandaban invitaciones formales a la EEE N° 501 sin darse cuenta de que entre la vereda y el hall hay más de 50 escalones. Que siguen estando. Y sin rampa.
"Tendríamos que haber ido igual", coinciden Ana y Marisabel. "Ir con los chicos y quedarnos en la vereda a ver qué hacían". Pero eso fue hace un tiempo. Hoy cualquiera va a pensar la ubicación del acto dos veces antes de mandar la invitación. Desplazar unos metros al intendente, al fin y al cabo, es más fácil y más barato que construir otro acceso. Y hoy esos funcionarios entregan premios a los actores y aplauden en primera fila.

El micro de larga distancia va ronroneando sobre la Ruta Nacional 3. Aminora la marcha y dobla en una rotonda amplia y nuevita, dejando atrás la estación de servicio y un motel a medio construir. La entrada a la ciudad tiene, a la izquierda, una bicisenda que termina en un Cristo con los brazos abiertos. Lo movieron de lugar hace unos años, porque ahora a la derecha está escrito “Coronel Dorrego” con unas letras grandes y blancas de cemento. El pueblo sobrevivió sin pena ni gloria a la mudanza de la estatua, que en su momento fue considerada por algunos poco menos que un pecado mortal.
La ruta se convierte en una avenida principal que se despereza mansamente. Antes de llegar al primer semáforo (son dos en todo Dorrego; el otro está más adelante, en la esquina de la plaza) asoma el edificio verde de la EEE N° 501. Las ventanas grandes de vidrio suelen estar decoradas por palomas o flores de cartulina, dependiendo la época del año. Una rampa negra marca el camino desde la puerta hasta la vereda, donde espera una combi adaptada para sillas de ruedas que el gobierno entregó hace unos meses. Antes el chofer y las preceptoras se destrozaban la espalda cargando a los chicos para ir a la escuela.
Pero el micro la deja atrás y avanza dos o tres cuadras más en línea recta hasta detenerse en la Terminal. Desde ahí son doscientos metros hasta la Plaza Coronel Manuel Dorrego (diálogo típico: “¿de quién es la estatua que está en el medio?”, “no tengo idea”). Mirando al centro de la ciudad, al lado del registro civil de los 50 escalones, está el edificio más antiguo y modesto de la Casa de la Cultura, donde ahora funciona el flamante Taller de Teatro Integrado Municipal.
Las impulsoras del proyecto original, Ana, Marisabel y Pamela, siguen estando a cargo de las clases, pero ahora tienen más alumnos que nunca. A los chicos de la EEE N° 501 se les agregaron los de la 502 y el Taller Protegido “Vida Nueva”, donde trabajan varios de sus egresados. Y, por supuesto, vecinos y vecinas del pueblo que los vieron en el cable o en el teatro y se sumaron con ganas de pisar el escenario. También hay un coordinador del Teatro Argentino de La Plata que viene cada uno o dos meses para preparar la obra de fin de año, que ya está por estrenarse.
Las tres siguen cansadas, haciendo demasiadas horas extras y en mil cosas a la vez. Pero el Taller de Teatro no lo cambian por nada. “Es genial ver a chicos que antes ni abrían la boca en la escuela y ahora están actuando arriba de un escenario, enfrente de un montón de gente, y que se acuerdan las líneas y todo. Y además tienen un espacio de expresión por fuera del colegio, eso es súper importante”, cuentan.
“Suben al escenario y se transforman. Es como otra dimensión, una realidad paralela. Como en Avatar, cuando el protagonista tiene el cuerpo nuevo y puede salir de la silla de ruedas y correr. Para ellos ahí no hay discapacidades ni limitaciones. Empezaron de a poco, un paso a la vez, y es increíble todo lo que lograron, el camino que anduvieron, y las ganas que tienen de seguir adelante”.
Tienen razón. Viéndolos actuar uno se da cuenta de que Forrest Gump sabía muy bien lo que decía: una vez que llegaste al océano, no hay más que hacer que darse la vuelta y seguir corriendo.